martes, 22 de septiembre de 2015

La anomalía Tsipras, la anomalía griega

En respuesta al artículo de Monereo y, en especial, al compañero Brais Fernández​:

No veo la "normalización" por ningún lado, sino un esfuerzo titánico e inteligente por parte de Tsipras y de Syriza por mantener la situación abierta. Caben pocas dudas de que una victoria de la derecha propiciada por unos resultados correctos de UP habría cerrado definitivamente la situación tanto a nivel griego como europeo. Por mucho que UP tenga toda la razón en su condena sin paliativos del memorando. Se dirá: lo que dice Tsipras no son más que palabras, pues va a aplicar el memorando. Ciertamente lo va a aplicar, pero a su manera, limitando los efectos negativos, en cierto modo saboteándolo y forzando una negociación sobre la deuda que corregirá muchos de estos defectos, con un aliado bastante poderoso, por cierto: el FMI, que no intervendrá en el rescate mientras no se plantee la reestructuración de la deuda. Habida cuenta de que el servicio de la deuda supuso el año pasado un 11% del PIB, un cambio radical en materia de deuda se impone y tendrá necesariamente resultados positivos en todos los demás aspectos.

Por lo demás, esto hace posible a un gobierno que no ha hecho suya la austeridad esperar una coyuntura mejor a nivel europeo que permita liquidar definitivamente las políticas austeritarias. Las palabras importan, incluso importan cosas como que un partido llegue al gobierno con otro discurso que no sea el de la vergüenza, la austeridad y la sumisión colonial a los acreedores que el pueblo griego sufrió durante años con los partidos del régimen y que fue neutralizado en gran parte con la victoria de Syriza. La victoria de Syriza no trajo ningún entusiasmo "revolucionario" sino un enorme alivio, una liberación emocional decisiva. Tampoco hubo ningún entusiasmo con el NO. Soy testigo directo de ello: ni antes ni después de la campaña se hacía nadie ilusiones sobre revoluciones y grandes rupturas, pero la dignidad ganada desde la resistencia y confirmada en enero con la llegada de Tsipras al gobierno se confirmó con ese NO rotundo que hizo intervenir al pueblo en la negociación, dándole la oportunidad de rechazar una propuesta insensata que solo permitía ganar cinco meses.  Lo que hubo fue el despertar de una enorme dignidad democrática que no ha desaparecido: es un gravíaismo error identificar la abstención con un espíritu de derrota, pues la abstención mantiene la apertura del proceso, lo que no habría hecho un voto a los partidos del régimen ni una victoria de la derecha. El resultado de la negociación es malo, pero es un resultado para tres años, con muchas cláusulas sometidas a condicionalidades, algo a lo que es posible oponerse sin la constante amenaza de un corte de liquidez cada x meses. Ha permitido seguir pagando las pensiones y no recortarlas, ha permitido pagar a los funcionarios, ha permitido evitar un hundimiento. No es poco. Se suprimirán, eso sí las pensiones complementarias en 2020, pero para entonces se contemplan medidas compensatorias en el propio acuerdo. Se crea un fondo de garantía basado en bienes públicos privatizables, pero, según Tsipras, es posible que no tenga que recurrirse a él si se llega a una resolución del problema de la deuda. Por cierto, el acuerdo, dentro de lo malo, incluye por primera vez esta cuestión.

Tsipras ha hecho concesiones tácticas, para evitar una previsible catástrofe económica que afectaría a los sectores más vulnerables y tendría consecuencias imprevisibles para la democracia, pero nunca le ha dado la razón a la troika externa ni interna, nunca ha adoptado su lenguaje. No conozco a un solo dirigente europeo, socialdemócrata o de otra familia que mantenga el discurso de la dignidad y del NO que Tsipras mantiene contra viento y marea. Ni un solo dirigente europeo obligado a aprobar un programa económico ha tenido la insolencia de considerarlo contraproducente e irracional. La insolencia harto infrecuente de decir la verdad. Hay realidades complejas, mucho más complejas que la lógica de la traición o la fe en la omnipotencia del enemigo que siempre hará doblegar a cualquiera que no esté armado de los firmes principios cuyo monopolio reclaman diversas capillas. El orden neoliberal triunfó a partir de un determinado discurso que se hizo hegemónico: el discurso de Tsipras es una enorme brecha en esa hegemonía. No querer verlo y considerarlo un "pequeño detalle" insignificante es considerar que los griegos son tontos o se han dejado intimidar. No lo son ni están intimidados. Por eso han votado a Tsipras mayoritariamente y, aún en mayor número, se han abstenido. Los abstencionsitas querían criticar el infecto acuerdo-chantaje, pero no querían echar a Syriza del gobierno: en ambas cosas tenían razón. La obstinación en dar una "representación" al NO era absurda y contraproducente, pues el NO sigue trabajando en el tejido social y en el sentido común, en Grecia y más allá. El No es transversal en Grecia y en Europa. Naturalmente que están contra el memorándum (casi) todos los griegos: los abstencionistas, los votantes de Tsipras y el propio Tsipras, y no lo esconden. Esa enorme disonancia tiene ya efectos y prolonga eficazmente la de Syntagma, la de la victoria de enero y la del OXI.

Contra todos los pronósticos de las derechas y de la izquierda radical, Grecia sigue siendo un país peligroso para el régimen y sumamente alejado de cualquier forma de normalización.

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