sábado, 30 de septiembre de 2017

Nota sobre el Estado de derecho

El franquismo se definía como un Estado de derecho. Ha habido teóricos del Estado socialista de derecho soviético (como Vichinsky, el fiscal de los procesos de Moscú). Un Estado de derecho, en esas circunstancias es un Estado que impone a palos un derecho concebido como un orden rígido y cerrado.
El Estado de derecho, sin embargo, no coincide con ningún Estado concreto, España no puede definirse como "el Estado de derecho", ni su gobierno hablar en nombre de "nuestro Estado de derecho" pues el Estado de derecho es un principio universal, una idea de la razón. Desde que lo formularan los juristas alemanes postkantianos, el Estado de derecho es un principio jurídico que obliga al gobernante a gobernar de acuerdo con el derecho, y en particular, aunque no solo, a cumplir sus propias leyes. Su opuesto es el Polizeistaat, el Estado de policía en el que el soberano gobierna a través de las leyes que él mismo promulga sin atenerse a un principio general de sumisión al derecho. 
El principio del Estado de derecho obliga sobre todo al gobernante y limita su poder, y solo se aplica indirectamente al ciudadano. Es un principio que funciona como idea orientadora y no puede nunca materializarse en un régimen político determinado, lo que muestra cuán engañosas son las reivindicaciones stalinistas o franquistas o incluso nacionalsocialistas del Estado de derecho. Una condición fundamental del Estado de derecho es que el gobierno que se guía por este principio sea un gobierno legítimo, esto es un gobierno aceptado por la población. Es muy discutible que esta condición se está cumpliendo en la actual coyuntura catalana, en la que el gobierno español se comporta como un clasico "Estado de policía".
El principio del Estado de derecho está siendo sistemáticamente incumplido por el gobierno español en Cataluña, al forzar a través de un Tribunal Constitucional políticamente intervenido la anulación del Estatuto aprobado por las instituciones y el pueblo catalanes y refrendado por el parlamento español y al declarar ahora un Estado de excepción de facto sin el amparo del parlamento ni de las leyes. Ante el caos antijurídico y la violencia exhibida por el gobierno español, tal vez la respuesta de los catalanes escenificando un ritual democrático sea la más adecuada. Tal vez sea este rito cívico y militante a la vez una forma extrema de respetar el principio del Estado de derecho.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Apuntes catalanes


Pequeño léxico de la dictadura

"Sedición" y "tumulto", son términos asociados en el derecho público romano a la institución de la "dictatura" y del "iustitium" (suspensión del derecho o estado de excepción coincidente con el nombramiento de un "dictator"). La palabra "iustitium" está construida como "sol-stitium", solsticio: el momento del año en que el sol parece detenerse. También el derecho y los derechos se detienen en la dictadura. Da miedo oir hablar de "sedición" y de "tumulto".

El verbo -en latín- que corresponde al castellano "sedición" es "ire", ir, con el prefijo "sed" que es una forma derivada del indoeuropeo "set", que significa aparte, por su cuenta, etc. Seditio originariamente es el acto de irse por su cuenta (el prefijo "sed" está emparentado con el reflexivo "se", sí mismo, como en castellano). Secesión, que procede de "se-cedo", también significa apartamiento, el acto de irse por su lado. Ninguna autoridad estatal acepta que uno se sustraiga a su mando y tenga su propia ley, que sea "sui iuris" (por derecho propio, según el estatuto de los hombres libres, en oposición a los esclavos y demás elementos de la familia, que eran "alieni iuris", de derecho ajeno).

PS: El más bello y radical llamamiento a la sedición es el que ha hecho Marina Garcès en su pregón de la Mercè, llamando a crear: "una república juntament amb el conjunt de les repúbliques ibèriques, lliures d’estat". Me declaro culpable de ese mismo delito.


Los Mossos y el Estado

Los Mossos, a pesar de su reciente y sobrevenido prestigio, seguirán siendo lo que siempre fueron: una parte particularmente violenta (tal vez debido al entrenamiento de sus mandos en Israel) del aparato represivo del Estado español, del mismo modo que la propia Generalidad es Estado... y español. Hay algo paradójico en un proceso independentista que parte de aparatos del Estado del que se quiere separar. Existen dos peligros: la continuidad, esto es que nunca se produzca la separación aunque la quiera la mayoría, o, el clonado de las estructuras españolas del régimen del 78 por un nuevo Estado catalán. De momento, la ley de transitoriedad define el nuevo Estado como "República de derecho, democrática y social", calcando el enunciado de la constitución española del 78 y sustituyendo Estado por República (ignorando, por cierto, la unidad conceptual expresada por el sintagma "Estado de derecho" en toda la doctrina jurídica). También calca algunos aspectos autoritarios de la constitución del 78 como el peso desmedido que tiene el poder ejecutivo y la escasa independencia del judicial. Cabe esperar que el actual y potente movimiento de defensa de la democracia y las libertades en Cataluña supere ese marco bastante sórdido.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Reflexiones catalanas (Un petit homenatge a Catalunya)

1.


Las razones de Rajoy

Desde el punto de vista estrictamente jurídico, Rajoy tiene razón. Sin embargo, la cosa es un pelín más compleja cuando se sale del marco jurídico y se pasa al político. Hace tiempo que el referéndum que quiere un 80% de los catalanes debería haberse negociado y celebrado, habiendo previamente interpretado o modificado el marco jurídico vigente para que esto sea posible. Por otra parte, la intervención contra las instituciones del autogobierno catalán, por motivada que pueda estar jurídicamente, es un disparate político y simbólico, que ha hecho pasar a un sector importante de catalanes autodeteterministas pero no independentistas al independentismo, al menos coyunturalmente.

El referéndum y su entorno jurídico son efectivamente un desastre y un fraude, pero la voluntad de decidir de los catalanes es una realidad que debe respetarse si se quiere seguir viviendo en democracia y no en una degeneración monstruosa de la democracia como el régimen de Erdogan. Hay que recordar que en Turquía también se aplican las leyes y actúa la justicia, contra los kurdos y la oposición democrática.

Creo que la actitud más inteligente que podría haber adoptado el gobierno si fuese un gobierno democrático, por muy de derechas que sea, sería haber tolerado un referéndum que habría tenido un mero valor simbólico al carecer de marco legal aceptable, de reconocimiento internacional e incluso interno dentro de Cataluña, lo que habría supuesto bajos niveles de participación. Acto seguido, podría haber iniciado la negociación de un referéndum dentro de las formas, habiendo tomado nota de la crisis de Estado que está abriéndose.

El gobierno ha optado, sin embargo, por usar la fuerza, amparándose en el derecho; tiene por lo tanto otra estrategia no necesariamente democrática cuyas estapas serían 1) el aplastamiento de la revuelta catalana, 2) una victoria electoral en el resto de España, 3) el paso a un régimen autoritario como el de Orban en Hungría o el de Erdogan en Turquía. En este sentido, Rajoy podría estar aprovechando la coyuntura del referéndum catalán del mimo modo que Erdogan aprovechó el intento de golpe de Estado en Turquía.

En España existe ya una grave crisis de Estado que solo se puede cerrar de dos maneras: permitiendo que el pueblo catalán se exprese libre y democráticamente dentro de un marco legal sobre su relación con España o impidiéndolo y transitando a una consolidación de formas autoritarias de gobierno. La solidaridad con los catalanes es vital para la defensa de las libertades de todos.

2.

La autodeterminación y la violencia

El problema del derecho de autodeterminación se parece mucho, en cuanto constituye un "exterior del derecho", al del terrorismo y está sujeto a las mismas paradojas jurídicas: antes de que un grupo terrorista tome el poder, o si ha sido derrotado, es una banda de criminales; si alcanza el poder se convierte en cambio en un grupo respetable de gobernantes de un nuevo Estado. Abundan los ejemplos: los dirigentes israelíes que fundaron el Estado, el ANC sudafricano y su dirigente Nelson Mandela, la propia resistencia francesa encabezada por el General de Gaulle que los nazis y el régimen de Vichy llamaban terrorista... 

Poco importa el marco legal o el derecho internacional: este es siempre suficientemente ambiguo para negar el derecho de autodeterminación y ampararlo cuando ya se ha ejercitado y no queda más remdio que reconocerlo. La autodeterminación se reconoce solo a posteriori, como un derecho surgido de un hecho. La voluntad de autodeterminación, incluso siendo pacífica - pues solo el soberano decide qué es pacífico y qué es violento- siempre se ve como algo violento, cuando no se identifica lisa y llanamente con el terrorismo. 

Si existe realmente autodeterminación, por definición solo puede depender de sí misma y no esperar ningún consentimiento o justificación exterior de orden moral o jurídico. De ahí que el acto de autodeterminación en que consiste el poder constituyente fuese comparado por Siéyès con la causa sui spinozista. Es algo que tenía muy claro Kant cuando hablaba de la Revolución francesa: los revolucionarios, antes de tomar el poder eran unos sediciosos que merecían el castigo de las leyes, una vez en el poder eran un gobierno legítimo al que se debía obedecer, y así.

lunes, 10 de julio de 2017

Ignorantia non est argumentum. Sobre Muñoz Molina y Althusser

(Estas breves observaciones constituyen una reacción al artículo de Muñoz Molina titulado Liturgia del gurú publicado, naturalmente, en El País.)

Ignorantia non est argumentum. La ignorancia no es un argumento. Tal vez sea esta una de las escasas frases de Spinoza que Marx repite en su obra y correspondencia. No se trata en modo alguno de despreciar al ignorante, sino de negar que un argumento basado en la ignorancia tenga valor alguno. La ignorancia como tal no es ningún mal, sino la suerte común a unos seres finitos como los humanos: podemos conocer muchas cosas, pero también ignoramos otras muchas...inevitablemente. Lo único grave es hacer pasar una ignorancia por un saber. Louis Althusser fue un spinozista coherente que se rigió siempre por este principio. Muñoz Molina no parece ser sensible a ese argumento y centra su crónica sentimental de la conferencia de Althusser en Granada en su perfecta ignorancia del contenido de esta y en el desprecio hacia los oyentes. No hay mención en su artículo de ninguno de los argumentos de Althusser en esa, por lo demás, interesantísima conferencia sobre el estatuto de la filosofía en el marxismo, solo comentarios subjetivos de la "vivencia" en que se tradujo para él el acontecimiento de la conferencia del filósofo materialista francés.

La filosofía requiere tomar distancia respecto del sentido común, o lo que es lo mismo, de la ideología. No se trata de reconocerse en un discurso comúnmente aceptado (la oscuridad de la filosofía) y de partir de ese reconocimiento inmediato, de esa ilusión de transparencia que es pura ignorancia, para juzgar un discurso filosófico. La filosofía no parte de la ignorancia sino que la desvela en nombre de la posibilidad de una producción rigurosa de verdades a través de la práctica teórica de las ciencias. No existe así la "verdad" que todos reconocemos -y que la escolástica declara una propiedad "trascendental" del ser por encima de sus distintas categorías- sino solo "verdades" producidas y contrastadas experimentalmente en el marco de dispositivos científicos. Frente al claro espejo de la ideología, el proceso de producción exigente de la práctica científica.

He consultado personalmente en el archivo Althusser del IMEC conservado en la Abadía de Ardenne los ejemplares del Capital que pertenecieron a Althusser, en francés y en alemán. Se observa una desproporción en las anotaciones entre el libro I y los libros II y III, pero, evidentemente, Althusser había leído el Capital en el momento del seminario "Leer el Capital". Probablemente no hubiera procedido antes del mencionado seminario a una lectura detenida del texto y se hubiera conformado con un conocimiento manualístico, pero tanto sus intervenciones en el seminario recogidas en Lire le Capital como textos sucesivos muestran que Althusser era un excelente lector filosófico de Marx, un lector al que debemos la posibilidad de leer hoy a Marx y de pensar con Marx, más allá de la oscura teología del marxismo realmente existente. En cierto modo, Althusser rescató a Marx para la posteridad repitiendo el modo de lectura a contrapelo de todo reconocimiento ideológico que el propio Marx aprendió del Tratado teológico-político de Spinoza. Nunca se trató para Althusser de reconocer un sentido al texto de Marx, sino de producir el conocimiento de este texto reconstruyendo a partir de sus significantes las tesis filosóficas que lo atraviesan y lo sostienen.

Obviamente, este ejercicio debe parecer asombroso, inútil y oscuro a un publicista como Muñoz Molina cuya labor fundamental es la de asentar e ilustrar el sentido común del régimen actual, esto es de producir una ilusión de conocimiento al envolver su ignorancia en palabras en las que todos podemos reconocernos. No todo el mundo debe dedicarse a la filosofía (aunque, como nos recuerdan Epicuro y Gramsci, todo el mundo puede hacerlo), pero sería bueno que quienes no lo hacen reconocieran con modestia su propia ignorancia en lugar de eructarla como supuesto argumento.

domingo, 18 de junio de 2017

El compañero Pedro Sánchez: ¿héroe o embaucador?






El retorno de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE tiene mucho de teatral. De hecho, desde su propia elección con el apoyo del aparato del partido, Pedro Sánchez había sido modelado para el espectáculo. El PSOE necesitaba responder a la irrupción de Podemos y carecía entre los viejos exponentes de la dirección de un personaje capaz de dar una imagen mediática medianamente aceptable para los jóvenes. Les costó encontrarlo, pero dieron con él. Susana Díaz, la lideresa andaluza del PSOE dijo de él  con crueldad de burócrata sin escrúpulos : « Pedro no vale, pero nos vale ». Nadie confiaba en la capacidad política del personaje : ni su altura intelectual, ni su experiencia política de burócrata de partido sin relación alguna con los movimientos sociales hacían de él nada excepcional. Juventud, mediocridad : un muñeco al que algunos malvados llamaron « Ken », como el novio de la muñeca Barbie. Un muñeco que podía utilizarse en la escena mediática para frenar a Podemos, como desde la derecha se utilizaba a Rivera, el joven líder de Ciudadanos, para cubrir el flanco centrista de Podemos.

Pedro Sánchez tuvo que ocultar en su nuevo recorrido de líder algunas cosillas del pasado, como su paso por Bankia o su voto en el consejo de administración de Bankia en favor de las acciones « preferentes » con las que el banco estafó a miles de ancianos convirtiendo sus ahorros en acciones rápidamente desvalorizadas. Pedro Sánchez nunca fue un Sanders o un Corbyn, un renovador radical de la socialdemocracia : solo era él como icono, con su lenguaje vacío y su chaqueta con camisa, pero sin corbata. Con su campaña de publicidad digna del Corte Inglés. Sánchez tuvo que disfrazarse de « populista » para incidir en la nueva coyuntura y arrebatarle votos a Podemos, impidiendo que Podemos llegase a ser la segunda fuerza política del país después del PP.  Algún éxito tuvo, pues los resultados de Podemos en las dos últimas elecciones legislativas fueron bastante más mediocres de los esperado por unos..o lo temido por otros. En ello tuvo cierta influencia la nueva imagen de mercado del PSOE representada por Sánchez, pero también la incapacidad de la dirección de Podemos de captar en su favor el apoyo de unos movimientos sociales en los que asienta su legitimidad. Un Podemos burocratizado y normalizado, convertido en partido-empresa dedicado a constantes campañas de imagen difícilmente podría competir con un viejo, poderoso y adinerado aparato político como el del PSOE. De hecho, su bjetivo que fue inicialmente provocar una insurrección electoral que desencadenara un proceso constituyente se redujo a superar al PSOE (el « sorpasso ») y, más modestamente, a echar al PP apoyando un gobierno del PSOE.

Las propuestas de Podemos fueron desoidas por Sánchez, quien no se podía permitir hacer entrar a Podemos en su gobierno y dio prioridad a un pacto con Ciudadanos respecto a cualquier acuerdo con Podemos. En las últimas elecciones generales, se mantuvo la situación de callejón sin salida que motivó la nueva convocatoria electoral : no era posible un gobierno del PSOE que no incluyera a Podemos y contar con el apoyo de Ciudadanos y de los principales enemigos de estos : los indpendentistas catalanes y vascos. Ante el callejón sin salida provocado por un Pedro Sánchez que no podía permitir que gobernase el PP si quería ser fiel a su compromiso electoral y tampoco podía aliarse con Podemos, la dirección histórica del PSOE, los viejos barones del partido miembros de todos los consejos de administración, dio un golpe de Estado mediante una interpretación abusiva de los estatutos del PSOE y echó a Pedro Sánchez. Poco después, la gestora del PSOE decidió que los diputados del PSOE permitieran en aras de la « gobernabilidad » y de la « reponsabilidad de Estado » que gobernase el PP y formase gobierno el incombustible Mariano Rajoy. Esto marcó el comienzo de la travesía del desierto de Pedro Sánchez, quien abandonó su escaño de diputado y dedicó su tiempo durante un año a tomar contacto con las bases del partido socialista, buena parte de las cuales no aceptaba que el PSOE hubiera permitido un nuevo gobierno de la derecha.

Las últimas elecciones internas del PSOE pemitieron a Pedro Sánchez regresar al poder tras haber derrotado a la candidata del aparato, Susana Díaz y a un candidato menor. Sánchez utilizó para ello un discurso algo más de izquierda y se rodeó de un equipo más claramente socialdemócrata que social-liberal. Tras esta travesía del desierto, hay quien hoy lo saluda como un nuevo Corbyn que ha sido capaz de derrotar a la derecha del partido. A pesar de los puños en alto y del canto de la Internacional antes la sede madrileña del partido durante la celebración de la victoria, Sánchez no se compromete a gran cosa, ni siquiera a echar a Rajoy. De momento, anuncia claramente que no apoyará la moción de censura presentada por Podemos, con el muy cínico argumento de que Podemos, al no apoyar un gobierno PSOE-Ciudadanos era el responsable de que hoy gobierne Mariano Rajoy.

La peripecia que ha protagonizado Sánchez resulta teatral. Recuerda claramente la historia narrada por Indro Montanelli y llevada al cine por Rossellini del General della Rovere. La historia de un traidor infiltrado en las filas de la resistencia italiana por el ocupante nazi que acaba cambiando de bando y haciéndose un héroe de la resistencia. En efecto, Sánchez era una figura destinada a infiltrarse en los medios más moderados de los que fue el 15M, hasta que su choque con el aparato que lo había designado y pretendía utilizarlo lo convirtiera en un nuevo indignado. Tal vez falso y teatral, pero es difícil en el ser humano discernir lo que es mera dramatización y los que es realidad de los afectos y las creencias. Por un lado, Sánchez ha logrado poner en crisis al aparato del PSOE que lo expulsó y dio lugar a este retorno y, tal vez a esta transformación. Sin embargo, Sánchez no es en modo alguno un militante social y político como Sanders o Corbyn sino un hombre de los estratos medios del aparato del PSOE. Lo importante en su regreso es la ola de indignación interna -el 15M del PSOE- que lo devolvió a la secretaría general, pero esa ola que, en términos de Maquiavelo podríamos considerar como equivalente a la Fortuna es difícil que encuentre del lado de este personaje la suficiente « virtù ». Tampoco parece que la anquilosada y sectaria dirección de Podemos sea muy capaz de aprovechar la coyuntura abierta.

lunes, 8 de mayo de 2017

La democracia: contra la guerra civil, por la guerra social



Si la izquierda quiere terminar de suicidarse, le basta seguir regalando el proyecto europeo a los neoliberales. A la alternativa que estos plantean a nivel nacional y europeo entre la guerra social que ellos proponen contra las clases populares a niveles nacional y europeo, y la guerra civil que nos quieren imponer los fascistas, las poblaciones europeas han respondido oponiéndose a la guerra civil. Es una reacción correcta: la democracia y la construcción europea son bastiones contra la guerra civil. Lo han hecho en sucesivas elecciones dando la victoria a opciones neoliberales tanto en Francia y Alemania ayer, como en Holanda hace un par de meses. El neoliberalismo, desde el principio, retomó del liberalismo clásico su voluntad de oponerse a una política de la violencia (el "espíritu de conquista" del que hablara Benjamin Constant), y concibió el dominio del mercado sobre la sociedad como el más eficaz recurso contra el totalitarismo. Su propuesta es clara: sustituir la guerra civil por una guerra social no declarada. Confundir neoliberalismo y fascismo y proponer para combatirlos a ambos un imposible camino de regreso a las soberanías nacionales es aceptar contra la guerra social la misma receta del fascismo: el retorno a la guerra civil. Melancolía y violencia.

Esto no quiere decir, sin embargo, que haya que tomar partido por los neoliberales en la guerra social, sino muy estrictamente lo contrario: hay que construir democráticamente el otro bando de la guerra social tanto en cada uno de los países de la UE como a nivel de la propia UE. La Unión Europea se construyó a partir de una victoria contra el fascismo que alejó la guerra civil de nuestro continente. Hoy nos corresponde seguir construyendo la Unión Europea desde la perspectiva de una transformación social radical que haga posible una democracia digna de este nombre en todo nuestro continente y favorezca los procesos democráticos en el resto del mundo. Ello implica salir de una UE dominada por los Estados y dotarse de un gobierno federal democrático en el marco de una democracia europea multiniveles. No se puede regalar la bandera de la democracia y del rechazo a la guerra civil fascista a los neoliberales.

La guerra civil destruye la sociedad humana, liquida las potencias de la cooperación, crea miseria y opresión. La guerra social, en cambio, se inscribe en el marco de una resistencia social que edifica regímenes de libertad y promueve un marco de paz civil y de democracia a los distintos niveles de la vida política. Oponerse a la guerra civil a todos los niveles: subestatal, estatal, europeo y mundial implica aceptar el desafío de los neoliberales en lugar de rehuirlo. El neoliberalismo en su fase inicial sirvió para hurtar a las clases populares su victoria contra el fascismo, en su fase madura para desviar la potencia revlucionaria del 68 mundial hacia una reconstitución del orden capitalista. En ambos casos aprovechó legítimas aspiraciones de libertad de las clases populares para ponerlas al servicio del mando del capital. Hoy, hemos de saber dar a esas aspiraciones una expresión institucional autónoma, más allá de los Estados, del mercado y del mando capitalista. Sin ello, continuará la alternancia entre neoliberalismo y fascismo que está destruyendo nuestra existencia política y pervirtiendo el nombre mismo de "libertad".

miércoles, 3 de mayo de 2017

Las peligrosas metonimias de Le Pen




(Texto publicado en el blog Contraparte del diario Público)


Si Marine Le Pen hubiera podido elegir su rival para la segunda vuelta de las presidenciales francesas, habría elegido sin duda a Emmanuel Macron. Nadie como Macron encarna en efecto el objeto de odio preferido de una buena parte de la población francesa golpeada por la crisis inacabable. Es, para empezar, un antiguo empleado del banco Rothschild, lo cual satisface los bajos instintos del antisemitismo francés y europeo más clásico, para el cual el judío se identifica con la finanza sin patria. Esta identificación opera solo para una franja limitada del electorado, la más próxima a los planteamientos racistas originarios del Frente Nacional, esa organización procedente de la convergencia de todas las extremas derecha francesas, de Vichy a los partidarios de la Argelia francesa al neonazismo de Ordre Nouveau. Sin embargo, a partir de esta identificación se abre un peligroso campo de metonimias que hacen discurrir el odio de un objeto a otro: de la finanza internacional a la «globalización neoliberal», de esta a la Unión Europea y a toda forma de transnacionalismo y cosmopolitismo, del cosmopolitismo a los inmigrantes y los refugiados. Macron sintetiza los objetos de odio de los nacionalistas identitarios y los antisemitas, pero también el de los detractores de la globalización como origen de todos los males, entre los cuales se encuentra bien situada la derecha soberanista nostálgica de la Francia imperial y colonial, pero también la izquierda soberanista que sueña con espacios de preferencia nacional capaces de «proteger» a los trabajadores franceses. Sin contar a los nuevos racistas antiislamistas, pues la globalización se ve como el hueco por el cual el Islam se ha introducido en Francia y en Europa como fermento de descomposición de la civilización europea, e incluso como vector de una amenaza «terrorista».

De este modo, el discurso de Marine Le Pen ha podido, según los cánones de los «lenguajes totalitarios» descritos por Jean-Pierre Faye, instalarse en la ambivalencia más absoluta: laico frente a los musulmanes, católico y tradicionalista de cara a los identitarios, liberal y desregulador en materia fiscal y de derechos sociales, y proteccionista de cara a la industria nacional, así como «protector» frente a los trabajadores franceses. El inconsciente, dice Freud, no conoce la negación, ni la contradicción. La señora Le Pen encarna la idea de una comunidad nacional reconciliada frente a un enemigo cosmopolita cuya identidad puede variar, identificándose con el judío (la banca Rothschild), el financiero, el inmigrante, el terrorista o, simplemente, el intelectual alejado de la vida real de la población. Típicamente, el antagonismo social interno al capitalismo se desplaza hacia un antagonismo entre la nación y lo que pretende disolverla. Todo lo «disolvente», todo lo que da miedo a una población cuyas clases medias se encogen como resultado de las políticas de austeridad, queda así asociado con Emmanuel Macron. Macron, como antiguo ministro de finanzas de Hollande, asociado a la odiada ley El Khomry (que sirvió de detonador a la Nuit Debout), representa incluso, aun no siendo miembro del PS, la traición de la izquierda socialdemócrata protagonizada por Hollande.

Cada día que pasa entre la primera y la segunda vuelta de la campaña electoral francesa, Marine Le Pen utiliza este arsenal discursivo, evitando sus aspectos más brutales como el antisemitismo o el catolicismo identitario que sirven solo de fondo implícito pero eficaz a las series de identificaciones posteriores. Esto hace que el discurso de la Sra Le Pen sea difícil de distinguir en muchos de sus aspectos del de una izquierda que juega, como el Frente Nacional, en el terreno del soberanismo y de la identidad nacional. Esta izquierda que exhibe la bandera francesa y canta una Marsellesa cuyo espíritu revolucionario se desvaneció hace mucho (hace ya muchos años que el propio Frente Nacional, que antes la rechazara por ser un himno revolucionario, la hizo suya como himno nacional) tiene como única estrategia de lucha contra el capitalismo neoliberal el repliegue en políticas proteccionistas y la denuncia de la globalización y de la Unión Europea. Asumiendo como un hecho el argumento falso y cínico de que las políticas de austeridad que suponen empobrecimiento y pérdida de derechos para la mayor parte de la ciudadanía «vienen» de Bruselas, Mélenchon y su Francia Insumisa atacan la construcción europea como causa de todos los males sociales. Para hacerlo, naturalmente, olvidan el hecho, nada irrelevante, de que todas las medidas adoptadas a nivel europeo son propuestas por una Comisión nombrada por los Estados miembros y aprobadas por un Consejo integrado por…los Estados miembros.

Esperar que se reviertan las políticas neoliberales atacando el proyecto de construcción europea es considerar que el neoliberalismo no es ya hegemónico en cada uno de los Estados y acariciar el sueño de un «neoliberalismo en un solo país» como solución al neoliberalismo a escala europea o mundial. La única solución que proponen es «más Estado» y «más fronteras», como si el propio neoliberalismo no fuera ya una orgía de gasto público y de intervencionismo estatal orientado a la liquidación del Estado del bienestar y de todo resto de bienes comunes. Es imposible que un Estado «soberano» pueda poner coto por sí solo a los efectos nocivos del neoliberalismo, pues ese Estado quedaría cercado por un mercado europeo y mundial a cuyos imperativos tendría que ceder en condiciones de mayor debilidad que dentro incluso de la actual y muy insuficiente trama institucional europea. La constitución de un orden de lo común debe seguir el trazado de las redes de cooperación productiva hoy existentes, a escala europea y mundial, no confiar en el cierre de las fronteras y el repliegue soberano. Para ello, es necesario obrar en favor de una Unión Europea democrática y, por consiguiente, federal y no oponerse a ella, como lo hacen todas las oligarquías, incluso las que se declaran «europeistas».



No se puede, sin embargo, esperar a que la izquierda de Mélenchon comprenda esto, ya es demasiado tarde. Tras años de que esa izquierda tenga asumido un marco discursivo soberanista difícil de diferenciar del de la extrema derecha, Marine Le Pen puede pedir sin sonrojo el voto para el Frente Nacional a los votantes de Mélenchon, mientras este calla y evita dar una consigna de voto y el Frente sigue subiendo en los sondeos. Los argumentos en favor de ese silencio o, incluso, de una abstención en la segunda vuelta se basan en una minimización del peligro de la extrema derecha xenófoba, racista y colonial, y una demonización absoluta de Macron como símbolo de la globalización. Liberalismo y fascismo serían «lo mismo», como en los años 30 lo eran la socialdemocracia, calificada de «socialfascista», y los nazis. Esta línea disparatada se resume hoy en un argumento delirante: ¡votar hoy a Macron para evitar la victoria del Frente Nacional es preparar el terreno para una victoria de este en 2022! Esto supone que dejar a la extrema derecha la más alta magistratura del Estado francés (no olvidemos que la Quinta República francesa es un régimen presidencialista) supondría una posición más favorable para la izquierda cuando no más desfavorable para una Marine Le Pen ya en el poder. Esa hipótesis solo se puede sostener sobre dos supuestos previos: 1) o bien el Frente Nacional no es un peligro para la democracia, o bien, lo que es aún peor, 2) existe un terreno común entre la izquierda soberanista y el FN. El primer supuesto sirve de base a un muy irresponsable llamamiento a la abstención que en España ha tenido eco en un sector de Podemos y en algunos integrantes de su dirección como Pablo Echenique. El segundo supuesto ha encontrado su expresión entre los partidarios de la hipótesis populista para los cuales existen coincidencias no casuales entre la voluntad de «comunidad», de «identidad» y de «protección» de las bases de la extrema derecha y de la izquierda.

A la vez que cabe esperar que los franceses respondan a la muy real amenaza contra la democracia que supone el Frente Nacional eligiendo en la segunda vuelta el «mal menor», es preciso recordar que esa amenaza surge de la impotencia de la izquierda a la hora de combatir las políticas neoliberales. Es doloroso, desde la perspectiva de hoy, comprobar cómo la izquierda ha contribuido a desorganizar a los de abajo en lugar de ayudar a estructurar la resistencia social y una política de clase. Ahora compite con gran desventaja con la extrema derecha bajo el marco de «proteger a los trabajadores». La idea de una plebe incapaz de organizarse por sí misma y que solo puede ser representada o protegida es común a los discursos de los tribunos de la extrema derecha y de la izquierda soberanista. Tal vez las cosas fueran hoy distintas si, en lugar de ofrecer protección a cambio de fidelidad y obediencia (al mejor estilo de Hobbes o de Corleone) la izquierda hubiese impulsado la democracia efectiva y la participación y autoorganización de los trabajadores a nivel nacional, europeo y mundial.